Las
mujeres del pueblo no
celebramos
nada el 14 de abril
Es un buen momento para dejar de estar en
silencio. De nuevo el 14 de abril nos volverán a bombardear con el sermón sobre
las conquistas femeninas durante la II República, que vienen a sumarse a los
enormes logros de las mujeres bajo el sistema actual de crecimiento monstruoso
del Estado y del capitalismo. Las mujeres del pueblo no celebramos la tiranía
política ni el crecimiento de las grandes empresas burguesas, no celebramos
nada, solo lo sufrimos, y ahora, como entonces, deberíamos prepararnos para
enfrentarnos a ese monstruo sin miedo a la derrota o a la muerte. ¡Ya está bien
de vivir anestesiadas! ¡Ya basta de hacer de dóciles colaboradoras de nuestras
amas y amos!
Para muestra de lo que fue la II República con
las mujeres os dejo un extracto de “Feminicidio o auto-construcción de la
mujer”.
“En
julio de 1932 las clases modestas de Villa de Don Fadrique (Toledo), de unos
5.000 habitantes en esas fechas, pueblo de próspera agricultura, se alzan en
armas contra el régimen estatal-capitalista republicano, el cual manda a la
Guardia Civil, que toma por asalto la
población matando e hiriendo a muchos de sus vecinos y vecinas. Veamos qué
provocó todo esto.
Fotografía de MARINA (Archivo Manacor)
Para ello nos guiaremos de un folleto redactado por un
periodista madrileño, Francisco Mateos, sin militancia política ni particulares
conocimientos sobre el mundo rural, que visitó de manera profesional la
población unos días después y dejó su testimonio en “La tragedia de Villa de
Don Fradique”, escrito en buena parte mientras recogía los alegatos orales de
las (se refiere una y otra vez a mujeres) y los supervivientes.
La cosa fue de la manera que sigue. El
campesinado de esa población toledana decide ponerse en huelga ante la
inminencia de las tareas de la siega porque, atención a esto, se había dictado
una orden que prohibía participar en dicho trabajo a las mujeres y a los
menores de 18 años. Como explican al reportero testigos del suceso, “en Madrid se había dictado una ley para que
no sieguen las mujeres ni los zagalones que no han cumplido los diez y ocho
años... ellos (las vecinas y vecinos de Villa) creían que todos, mujeres,
zagalones y los que pudieran segar ahora por primera vez, tenían derecho... a
segar, a trabajar”. Comenzada la huelga, el día 6 se dan los primeros
choques y la madrugada del 8 de julio una manifestación de trabajadoras y
trabajadores, pero integrada en su gran mayoría por mujeres, se concentra en
las afueras del pueblo para evitar la acción de los esquiroles.
La Guardia Civil carga con extraordinaria
dureza contra las mujeres y, al ver el maltrato que éstas recibían por las
fuerzas represivas de la II República, el pueblo todo, hirviente de legítimo
furor y heroísmo, se alza en revolución, se arma, expulsa a tiros a la Guardia
Civil, levanta los raíles del ferrocarril y cava zanjas en las carreteras para
evitar la llegada de refuerzos, corta la línea telefónica y telegráfica,
pasando además a la ofensiva, lo que ocasiona al menos un muerto (a menudo el
aparato represivo oculta sus bajas, para dar impresión de invulnerabilidad,
como señala algún estudioso de hechos de esta naturaleza) y numerosos heridos a
las Guardia Civil. Ésta, como era de esperar, se rehace, recibe refuerzos,
tomando al asalto Villa de Don Fadrique. El resultado oficial es cuatro vecinas
y vecinos asesinados, muchos más heridos y muchísimos más detenidos. Mateos
ofrece el número de víctimas, “setenta,
entre muertos y heridos”, una carnicería.
Puntualiza el periodista que la chispa que
desencadenó la batalla fue “el ataque a
las mujeres (que) llenó de indignación a muchos, que quisieron abalanzarse, en
actitud suicida, contra los que disparaban (la Guardia Civil y los ricos del
pueblo)”. Uno de los guardias cuenta a Mateos que los vecinos “a pesar de estar desarmados, querían
acercarse a nosotros para luchar cuerpo a cuerpo, con una valentía suicida”.
Por el contrario, la Guardia Civil en el asalto, se valió de escudos humanos,
obligando a avanzar delante de ellos a mujeres y hombres de la población, para
no ser tiroteada, acción sobremanera cobarde y vil.
La represión posterior fue tremenda. Mateos
habla del edificio del Ayuntamiento convertido en prisión, donde “iban llegando
los detenidos, hombres jóvenes y mujeres jóvenes... las mujeres en el piso alto
y los hombres en el patio”. Y da nombres de alguna de las féminas baleadas,
Felipa Manzanedo. La enloquecida búsqueda por el pueblo de víctimas a las que
torturar y matar una vez tomado al asalto llevó a la Guardia Civil a disparar
contra Josefa Marín, que se había escondido, a la que atravesó los dos pechos
de un disparo, en lo que probablemente fue un acto sádico y machista de
denigración hacia las mujeres en respuesta a su coraje y combatividad,
atacándolas en sus atributos externos más visibles.
Reflexionemos sobre los hechos. Prácticamente
la totalidad de los manuales feministas dicen que la II República fue un
momento de excepcional mejora de la condición femenina, se habla incluso de
auténtica emancipación, pero lo cierto es que dictó leyes expulsándolas del
trabajo productivo en masa en la siega, la labor campesina más importante,
junto con la labranza, realizada desde tiempos inmemoriales por las mujeres en
compañía de los varones. Eso con el agravante añadido de que aquéllas son
equiparadas a los menores de edad en el texto legal prohibitivo: imposible
encontrar una exposición de patriarcalismo más perfecta. Eso lo hizo no el
clero ni la derecha sino el gobierno de Madrid, en 1932, formado por una
coalición de partidos republicanos y el PSOE.
Fueron la izquierda y los republicanos,
progresistas, modernos y anticlericales, los que se propusieron confinar a las
féminas en el hogar y quienes, cuando éstas se manifestaron, dieron órdenes a
la Guardia Civil de tirotearlas. Eso por un lado. Por otro sabemos que los
varones del pueblo no se opusieron a que las mujeres trabajasen, sino todo lo
contrario; Mateos indica que exigían un salario igual para unas y otros en la
siega. Ni los hombres ni las mujeres consideraban el trabajo a salario como
emancipatorio, sino como una necesidad que compartían, tal y como compartían
todas las cosas de la vida. Es esa asociación vital y afectiva la que produce
que los varones cuando conocen la agresión, enloquezcan y literalmente se
lancen contra los fusiles de la Guardia Civil a pecho descubierto, sublime
expresión del amor que tenían hacia las féminas, que era tan inmenso, intenso y
sincero que no podían soportar verlas maltratadas. Ello es la manifestación material
de la concepción propia de Occidente sobre la relación entre mujeres y hombres,
ahora en fase de liquidación por la ultra-modernidad multicultural en curso,
una vía más hacia un neo-machismo de proporciones pavorosas.
Dos reproches de gran calibre. ¿Qué decir de la
Guardia Civil, capaz de disparar contra mujeres desarmadas, usar rehenes para
resguardarse tras ellos al realizar el asalto y atravesar los pechos de un tiro
a una muchacha que se estaba entregando como detenida? Una vez que las clases
altas y sus sayones han abandonado lo más valioso e innovador de la cultura
occidental, corresponde al pueblo revivirla y practicarla. Y ¿qué decir de
libros como el más adelante analizado, de Mercedes Gómez Blesa, “Modernas y
vanguardistas: Mujer y democracia en la II República”? Con su muy vistosa y
sofisticada damisela burguesa en la portada, su defensa sobreexcitada de la II
República, su completo olvido de las mujeres de las clases populares, es decir,
de la mayoría de las mujeres, y su ciega pasión por las señoras y señoritas más
adineradas, ese libro es una muestra, particularmente desvergonzada e incluso
obscena, de lo que es y representa el feminismo, la apoteosis triunfal de la
minoría de mujeres ricas y poderosas que tienen al Estado y al capital como cosa
propia y al resto de las mujeres como neo-siervas.
Finalmente: fue el Estado, no los varones,
quien dictó las leyes de exclusión de la mujer del trabajo productivo y, por
tanto, de recogimiento forzado en el hogar, y fueron los varones, no el Estado,
quienes se opusieron a ello con la máxima energía, además de las mujeres, claro
está.
El feminismo, al estudiar la II República, pone
en primer plano a un grupo, siempre el mismo, de mujeres muy importantes y
cargadas de poder, señoras de la burguesía, intelectuales con muchísima
influencia, altas funcionarias del Estado, aristócratas metidas a redentoras de
la plebe, políticas profesionales, intelectuales y similares, nunca a las
féminas modestas y anónimas de las clases trabajadoras. Cita obsesivamente a María
de Maeztu, María Teresa León, Elena Fortún, María Lejarreta, Constancia de la
Mora, Victoria Kent, Maruja Mallo, Zenobia Camprubí, Margarita Nelken y a unas
pocas más, y las presenta como modelos a seguir.
Para el feminismo las mujeres del pueblo no
existen, salvo como masa anónima y gris a la que hay que manejar con una mezcla
de represión policial y demagogia feminista. Para esas señoras mega-poderosas
de la II República todo fueron premios y beneficios, para las anónimas mujeres
de Arnedo, de Villa de Don Fradique, de Casas Viejas y tantas y tantas
poblaciones quedaban las balas de la Guardia Civil, las torturas en los
cuartelillos, las cárceles. Se observa el extraordinario clasismo del
feminismo, su mundo es el de las mujeres acaudaladas y poderosas y en su
análisis de la II República lo expone sin rubor. Aquí hemos querido citar a
esas mujeres anónimas (cuando hemos podido con nombres y apellidos) que fueron
las víctimas verdaderas del patriarcado, pues la patulea de señoronas
susodichas eran sus usufructuarias y beneficiarias.
La norma legal citada prohibiendo a las mujeres
el trabajo de la siega, que debería ser objeto de un estudio monográfico,
muestra cómo el Estado hizo penetrar la misoginia en las clases populares. Es verdad que en un cierto número de
poblaciones aquélla fue resistida y combatida pero no en todas, de modo que
paso a paso la idea de que las mujeres están para las tareas caseras y nada más
fue calando en una porción de las conciencias. Hoy, cuando aparecen, aquí y
allá, expresiones de marginación de las mujeres entre las clases populares, el
feminismo se precipita a atribuirlo a “la tradición” y a prescribir su remedio
sempiterno, más y más Estado feminista. Pero fue el mismo Estado el que en un
pasado no muy remoto hizo machista a un sector del pueblo, a las mujeres tanto
como a los varones, igual que hoy le hace neo-machista, a ellas y a ellos. El
Estado es la causa del mal, no la solución.
Los sucesos analizados muestran, de nuevo, que
la izquierda y el progresismo no son mejores que la derecha y el clero: los dos
bloques son, en esencia, la misma realidad social contra el pueblo. En el
asunto de la mujer la izquierda y el republicanismo han sido peores, sin duda,
desde su emergencia en la revolución francesa.
Hay que decir, acabando ya, que lejos de ser
unos hechos aislados, sucesos similares a los de Villa de Don Fadrique se
dieron en esos años (los del gobierno republicano-socialista y la bandera
tricolor al viento) en otras poblaciones toledanas, Corral de Almaguer, San Pablo
de los Montes, Fuensalida, Villaseca de la Sagra y Santa Olalla, entre otras,
aunque de ellos no poseemos un testimonio tan completo como sobre Villa, porque
no acudió ningún audaz periodista como Francisco Mateos. Se ha de añadir que la
despiadada represión la dirigió el gobernador civil republicano de Toledo, al
que obedeció puntualmente la Guardia Civil, autoridad que estaba en contacto
con el gobierno republicano-socialista de Madrid. En todos y cada uno de esos
pueblos corrió la sangre de sus vecinas y vecinos. Esto da la razón a “CNT”,
cuando en su edición de 4-7-1933 hace el siguiente balance de la II República, “trescientos muertos. Infinidad de penas de
muerte. Más de cien mil obreros encarcelados desde el 14 de abril.
Deportaciones. Apaleamientos y torturas”. Exacto. Esa fue la modernidad
tricolor en acción, un remedo ensangrentado de la revolución francesa, en la
misoginia, en el furor represivo y, cómo no, en la demagogia.
Tras traer a estas páginas tantos casos
particulares, podemos preguntarnos finalmente, ¿dejarán alguna vez las y los
agentes de la modernidad estatal y capitalista de mentir sobre el mundo rural
popular, en particular sobre la situación de sus mujeres? Se nos presenta aquél
agobiado por las enfermedades y devastado por la miseria, pero ya vemos que es
una falsedad. Se nos dice que era rotundamente masculino, con la mujer
confinada en el hogar, ahora hemos visto que eso es otro de los muchos embustes
de la modernidad estatal-capitalista. Se habla de una enorme mortalidad de las
mujeres en los partos y eso es muy pero muy inexacto, por decir lo menos. Se
arguye que las mujeres y los varones llevaban vidas separadas, siempre
enfrentados entre sí, y hemos logrado averiguar que tales asertos son
paparruchas. Se pretende que las mujeres no hacían actividades productivas
fuera del hogar, cuando lo cierto es que se ocupaban de docenas y docenas de
ellas. Se vocifera que las gentes, en particular el elemento femenino, eran
marionetas manejadas por la Iglesia, aunque la realidad era muy diferente y
mucho más compleja. La mentira es hoy el fundamento del sistema de poder
imperante, como instrumento para la destrucción de la vida social y del propio
sujeto.” (“Feminicidio o auto-construcción de la mujer. Vol I. Recuperando la
historia”)
http://prdlibre.blogspot.com.es/2013/04/lasmujeres-del-pueblo-no-celebramosnada.html
Interesantísimo texto que derriba unos cuantos mitos. ¿Puedo compartirlo, Piedra?
ResponderEliminarPregunta retórica supongo; Por supuesto, deberías.
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