Piotr Kropotkin hace una reflexión de como la casi marginación del trabajo manual, ha degradado la capacidad intelectual del hombre moderno que dedica a pensar a personas que jamás usaron sus manos e impide a los trabajadores que puedan desarrollar o innovar nada, al condenarlos a un trabajo mecánico, repetitivo y monótono.
[..] Mientras que la
industria, especialmente desde fines del siglo pasado y durante la primera
parte del presente, ha estado inventando en tal escala, que bien puede decirse
ha transformado la faz misma de la tierra entera, la ciencia ha ido perdiendo
sus facultades inventivas: los hombres científicos han dejado de inventar, o lo
hacen en muy pequeña escala. ¿No es verdaderamente notable que la máquina de
vapor, aún en sus principios fundamentales; la locomotora, el buque de vapor,
el teléfono, el fonógrafo, el telar mecánico, la fotografía en negro y en
colores, y miles de otras cosas menos importantes, no hayan sido inventadas por
científicos de profesión, aun cuando ninguno de ellos hubiera tenido
inconveniente en asociar su nombre a cualquiera de esas invenciones?
Hombres que apenas habían recibido alguna instrucción en la escuela y sólo recogieron las migajas del saber de la mesa del rico, teniendo que valerse para hacer sus ensayos de los medios más primitivos; el oficial de notario Smeaton, el instrumentista Watt, el constructor de carruajes Stephenson, el aprendiz de platero Fulton, el constructor de molinos Rennie, el albañil Telford, y centenares de otros de quienes ni aun los nombres se conocen, fueron, como con razón dice Smiles, «los verdaderos autores de la civilización moderna», en tanto que los científicos de profesión, provistos de todos los medios de adquirir conocimientos y de experimentar, representan una parte insignificante del cúmulo de instrumentos, máquinas y primeros motores que han mostrado a la humanidad el modo de utilizar y manejar las fuerzas de la naturaleza. El hecho es significativo, y, sin embargo, su explicación es bien sencilla: aquellos hombres -Los Watts y los Stephenson- sabían algo que los sabios ignoran; sabían valerse de sus manos; el medio en que vivían estimulaba sus facultades inventivas; conocían las máquinas, sus fundamentos y su acción; habían respirado la atmósfera del taller y de la obra.
Sabemos lo que contestarán a esto los hombres de ciencia. Ellos dirán: «Nosotros descubrimos las leyes de la naturaleza; que otros las apliquen; la cuestión no es más que una simple división del trabajo.» Pero estas respuestas no estarían basadas en la verdad: lo contrario precisamente es lo que sucede; pues de cada cien casos contra uno, el invento mecánico vienen antes que el descubrimiento de la ley científica. La teoría dinámica del calor no vino antes que la máquina de vapor, sino después. Cuando miles de máquinas transformaban ya el calor en movimiento, ante la vista de centenares de profesores, durante medio siglo o más; cuando miles de trenes, detenidos por poderosos frenos, desprendían calor y lanzaban numerosas chispas sobre los raíles al acercarse a las estaciones; cuando en todo el mundo civilizado los pesados martillos y las perforadoras daban un ardiente calor a las masas de hierro, sobre las cuales actuaban, entonces, y sólo entonces, un doctor, Mayerm se aventuró a anunciar la teoría mecánica del calor, con todas sus consecuencias; y sin embargo, los científicos poco menos que lo volvieron loco, aferrándose obstinadamente al misterioso fluido calórico, calificando al libro de Joule, sobre la equivalencia mecánica del calor, de «poco científico».
Cuando todas las
máquinas demostraban la imposibilidad de utilizar todo el calor emitido por una
cantidad determinada de combustible quemado, vino entonces la ley de Claudio. Y
cuando en todo el mundo ya la industria transformaba el movimiento del calor,
sonido, luz y electricidad, y recíprocamente, fue sólo cuando apareció la
teoría de Grave sobre la «Correlación de las fuerzas físicas». No fue la teoría de la electricidad la
que nos dio el telégrafo: cuando éste se inventó no conocíamos respecto a ella
más que dos o tres hechos presentados más o menos inexactamente en nuestros
libros; su teoría aun no está formulada, y aguarda todavía a su Newton, a
pesar de los brillantes esfuerzos de estos últimos años. Aun estaba en su
infancia el conocimiento empírico de las leyes en las corrientes eléctricas,
cuando algunos hombres de valor tendieron un cable en el fondo del océano
Atlántico, a pesar de las críticas de las autoridades científicas.
No fue la teoría de los explosivos la que condujo al
descubrimiento de la pólvora; hacía siglos que éste se usaba antes que la
acción de los gases de un cañón se sometiera a un análisis científico.
Y así sucesivamente: el gran proceso de la metalurgia, las aleaciones y las
propiedades que estas adquieren por la adición de una pequeña cantidad de algún
metal o metaloide; el reciente impulso que ha tomado el alumbrado eléctrico, y
aun las predicciones referentes a los cambios del tiempo, que con razón
merecieron el calificativo de «anticientíficas» cuando fueron inauguradas por
el viejo marino Fitzroy, todo esto podría mencionarse como ejemplo en apoyo de
lo manifestado. No por eso se ha de
negar que, en algunas ocasiones, el descubrimiento o la invención no ha sido
más que la simple aplicación del principio científico, como el descubrimiento
del planeta Neptuno, por ejemplo; pero en la inmensa mayoría de los casos.
Lo contrario precisamente es lo que ha ocurrido. Es evidente que cada invento
se aprovecha de los conocimientos acumulados previamente y formas de su
manifestación; pero en general se sobrepone a lo que se sabe; da un salto a lo
desconocido, y de ese modo abre una nueva serie de hechos que ofrece a la
investigación.
Es evidente, sin
embargo, que todas las personas no pueden gozar igualmente en ocupaciones
puramente científicas, pues la variedad de inclinaciones es tal, que muchos
encontrarán más placer en las ciencias, otros en las artes, y otros también en
algunas de las innumerables ramas de la producción de la riqueza; pero
cualquiera que sea la ocupación que prefiera cada uno, el servicio que cada
cual pueda prestar en lo que haya preferido, será tanto más grande cuanto mayor
sea su conocimiento científico. Así como, ya sea hombre de ciencia o artista,
físico o cirujano, químico o sociólogo, historiador o poeta, ganará grandemente
si empela una parte de un tiempo en el taller o la granja (el taller y la
granja), si se pusiera en contacto con la humanidad en su trabajo diario, y
tuviera la satisfacción de saber que él también, sin hacer uso de privilegios
de ninguna clase, desempeñaba su cometido como otro cualquier producto de la
riqueza. ¡Cuánto mejor conocimiento tendría de la humanidad el historiador y el
sociólogo, si aquel lo obtuviera, no sólo en los libros o en algunos de sus
representantes, sino en su conjunto, en su vida, su trabajo y sus relaciones
diarias! ¡Cuántos más acudiría la Medicina a la higiene que a la Farmacia, si
los jóvenes doctores fueran al mismo tiempo enfermeros, y éstos, a su vez,
recibieran la misma instrucción que los
médicos actuales!
Extracto del capítulo
VIII del libro “Fábricas, Campos y
Talleres” de Piotr Kropotkin http://www.kclibertaria.comyr.com/lpdf/l159.pdf
Las manos son, por así decirlo, nuestro "otro cerebro".
ResponderEliminarQuizás por eso mismo interesa menospreciarlo.
ResponderEliminarEsta imagen ilustra (de manera simbólica, claro) lo que quiero decir:
Eliminarhttp://25.media.tumblr.com/562590308df0d45725d5aa5c9e086a96/tumblr_mjgzbak4rR1rq9ydfo1_500.jpg
El trabajo manual es la base del bienestar y el progreso, y como dijo Kropotkin, todo lo demás viena a partir de él. Los que viven del trabajo de los demás tienden a quitarle importancia, para justificar su vida parásita. Hay que trabajar manualmente y a la vez creativamente. Hay que crear trabajando y no es posible sin haber dado un palo al agua en la vida, como dice hacer la oligarquía.
ResponderEliminarSalud
El trabajo nunca puede ser base del bienestar, el trabajo es una carga, una maldición, y mucho más cuando recae sobre una parte de la población a la que se obliga y que además no obtienen el rendimiento de su propio esfuerzo.
EliminarPero esa, es otra historia. :p
Os recomiendo visitar los gremios de artesanos y sus ferias. Veréis que somos los ciudadanos llanos los que les damos la espalda a nuestras propias manos.
ResponderEliminar¿Asumes que no podemos ser artesanos? ;)
EliminarNo. Me malentendiste. Las máquinas no son el problema. El problema somos nosotros mismos, que preferimos los productos de las máquinas a los productos manuales. Yo adoro el trabajo manual, pero el precio es enorme. Eso es lo que yo asumo.
EliminarHasta cierto punto, para mi un agricultor es alguien que trabaja con sus manos y no gana lo que debería, aunque no sea artesanía que decíamos.
EliminarEl problema de la artesanía es que requiere tiempo, mucho más que la industrialización, por eso es más cara, pero... es otro mundo.
Por otro lado, si lo ves así, las máquinas si son el problema, las máquinas y nosotros al aceptarlas, pues son el principal problema de nuestra sociedad: la tecnificación.