En los medios de desinformación franceses no impera la misma censura que en los nuestros. Hay quien puede hacer estos comentarios sin ser demandado o encarcelado por ello.
Vídeo: Michel Collon: "la OTAN es una asociación de criminales"
Del vídeo:
-Debemos juzgar una organización por sus actos.
-Los medios hablan de qué pasa en los países a invadir antes de la guerra pero no después
-La guerra es una continuación de la economía
-Todas las guerras de la OTAN son guerras de saqueo
-La OTAN es el instrumento de EEUU que hace pagar al resto, las guerras que les permiten dominar el mundo.
-El verdadero peligro y enemigo actual de EEUU es China (no Rusia)
La omnipresente (y siniestra) religión ecologista
Introducción
En este momento de la Humanidad en que
las grandes religiones parecen haber entrado en crisis –sobre todo las
tres grandes monoteístas– no resulta extraño ver cómo de algún modo
desde las altas instancias se está intentando vender a toda la población
mundial una nueva religión estructurada y global, no ligada a las
antiguas tradiciones y creencias, y que presenta cierta pureza frente a
la lucha de religiones y civilizaciones que aparece constantemente de
forma negativa en los medios, con múltiples episodios de corrupción,
fundamentalismo, pederastia, etc., por no hablar de la explosión radical
islámica en forma de yihad y terrorismo.
Por supuesto, da igual que todo este
panorama sea exagerado, artificial y manipulado, pues la gran mayoría de
creyentes vive una vida religiosa tranquila, sin extremismos ni odios.
Naturalmente, el uso torticero de la religión y de otros sistemas
mentales (como la propia política) proviene de los poderes globales que
consiguen movilizar y enfrentar a la gente a partir de unas cuestiones
absolutamente espurias. Sea como fuere, lo que interesa ahora a las
altas instancias es empezar a sustituir esta diversidad de creencias,
que aparentemente no trae nada bueno, por una creencia planetaria (del
Nuevo Orden Mundial, lógicamente) que esté basada en la sacrosanta
ciencia empírica –que en principio es aceptada universalmente– y en un
confuso ideal espiritual entroncado con movimientos como la New Age
y similares. Y he aquí cómo desde el último cuarto del siglo pasado se
nos han vendido las maravillas del movimiento ecologista, que más bueno
no puede ser, porque defiende al planeta, a las plantas y los animales y
al propio ser humano. Todo muy bonito, sin duda, pero…
En fin, como casi todo el mundo, en su
día compré las bondades de esta ideología (pues no es otra cosa), en
particular gracias a la iniciativa de ciertas ONGs verdes, y me
pareció en conjunto un esfuerzo honesto para hacer algo por mejorar el
entorno que nos rodea. Sin embargo, con el tiempo he ido descubriendo
que detrás del ecologismo se esconde una maniobra perfectamente
calculada para alcanzar unos objetivos ocultos relacionados básicamente
con el control y explotación total de la población mundial, en lo
ideológico, económico y político, y todo ello con un último fin
inconfesable: la eugenesia. Pero pasemos a analizar cómo surgió el
movimiento ecologista, cómo se relaciona con los grandes poderes, y cómo
ha llegado a convertirse realmente en una religión moderna basada en el
dogma y la mentira. Empezaremos por este último punto.
El ecologismo como religión
La pregunta clave es: ¿Por qué el
ecologismo es en esencia una forma de religión? Si lo estudiamos como
una ideología veremos que funciona a partir de unos planteamientos muy
próximos a los clásicos credos religiosos. De hecho, los propios
científicos críticos a las tesis oficiales insisten repetidamente en el
carácter religioso de esta nueva “ciencia verde”. Así pues, veremos que
no es nada difícil apreciar en la propaganda ecologista la presencia de
una nueva verdad absoluta que nos muestra el infierno y nos ofrece luego
“la salvación”, siempre que seamos fieles a los preceptos de la
religión impuesta desde arriba.
En primer lugar, tenemos el sentimiento
de culpa y la necesidad de redención. La teoría ecologista pone en la
diana la acción fatídica del hombre como causante del desastre
ecológico, esto es, la destrucción del medio ambiente o del planeta en
general. El hombre es descuidado y egoísta y no tiene respeto por nada,
es un pecador que ha infringido lo más sagrado de forma contumaz y que
ahora debe enmendarse o desaparecer. Aquí tenemos pues el clásico
elemento del pecado original y la necesidad de redimirse ante un “dios
de la naturaleza” para poder alcanzar el cielo, la felicidad. Si vemos
las campañas ecologistas más agresivas no tardaremos en identificar esta
política poco disimulada de generalización de la culpa que hace que
todos nos sintamos responsables –y culpables– de unos supuestos males
que en realidad han desencadenado unos pocos. En suma, si no nos
portamos bien y no hacemos lo que nos dicen, iremos todos al infierno
(la catástrofe global masiva que diezmará a la Humanidad, y a la mayoría
de especies animales y vegetales). Luego profundizaremos en ello.
En segundo lugar, nunca puede faltar el
profeta (y sus acólitos). En este caso, el indiscutible estandarte de la
religión ecológica ha sido el ex-vicepresidente de los EE UU Al Gore,
que obviamente dispuso del suficiente poder y eco mediático para
proclamar a los cuatros vientos el mensaje divino a través de
su famoso libro (y luego premiado documental) “Una verdad incómoda”. Y
tras su decisiva intervención, se potenciaron los múltiples organismos
ambientalistas nacionales e internacionales –entre los que sobresale el
IPCC[1]–
a los que hay que sumar organizaciones políticas que integran el
ecologismo en su ideario básico y las ONGs verdes. Toda esta diversidad
conforma la actual Iglesia ecologista global que tiene como fin difundir
el mensaje de Gore y su amplia corte de científicos-apóstoles.
En tercer lugar, destaca la presencia de una deidad ecológica. En este punto, no cabe duda de que se ha ido creando en las últimas décadas un culto a la Madre Tierra, Gaia o Diosa Madre,
una entidad viva y consciente que sufre por nuestras maldades y
excesos. Los modernos movimientos pseudo-espirituales personifican
perfectamente este culto “natural”, ligado claramente al antiguo
paganismo, a la exaltación de la naturaleza y de los valores
relacionados con la teoría evolucionista (que no puede ser más
“natural”) [2].
Aparte, tendríamos conexiones con ciertas visiones feminizantes del
mundo, que nos quieren hacer ver que el valor femenino es el creador y
armonizador, mientras que el masculino es el agresivo y destructor[3].
Esto entroncaría con la corriente actual de paranoia y enfrentamiento
entre sexos e imposición de ciertas políticas sociales, pero adentrarnos
aquí nos llevaría por otros derroteros.
En cuarto lugar, están las doctrinas o
dogmas. El ecologismo necesita unas “escrituras sagradas” o un compendio
de verdades absolutas que permitan convencer de forma completa a todos
los ciudadanos del mundo para que se conviertan en fieles o buenos
creyentes del credo ecológico, de tal modo que adquieran la fe, no la
discutan y la difundan a sus hijos. Por supuesto, la doctrina de hoy en
día no puede tener como referente las antiguas enseñanzas de las
religiones tradicionales, y así pues recurre a la ciencia empírica, que
goza de todo el prestigio social, no es discutida por nadie (dada su total objetividad)
y es transmitida constantemente a la sociedad a través de la educación y
la propaganda de los medios. Entre estas doctrinas sagradas encontramos
los dos grandes pilares ecologistas que son el calentamiento global
antropogénico (o cambio climático) y el diabólico concepto de
“sostenibilidad”. Y todo ello se plasma en los informes del IPCC, que
constituyen los libros sagrados de la ortodoxia verde. De todo ello hablaremos más adelante.
En quinto y último lugar, tenemos los
rituales. Toda religión que se precie ha de tener su ritualidad y
ceremonia. Así pues, de una forma tremendamente sutil (pero oficial) se
han ido introduciendo en nuestra sociedad una serie de normas, pautas y
hábitos que no nos cuestionamos. Algunos de estos preceptos ya son
obligatorios y otros simplemente los implementamos de forma mecánica,
porque nos han dicho que esa la actitud correcta para salvar el planeta.
Así pues, tenemos rituales de todo tipo, como separar la basura y
colocarla en contenedores específicos, llevar el vehículo a una ITV para
comprobar que no contamina de forma excesiva[4], usar productos “sostenibles”, cambiar las antiguas bombillas incandescentes por las nuevas bombillas ecológicas, recurrir a transportes no contaminantes (como la bicicleta), participar en plantadas de árboles, etc.
Un poco de historia
Para mucha gente, el ecologismo nació en 1971 con la fundación de la famosa ONG Greenpeace,
a causa de la oposición de un grupo de activistas a la realización de
ciertas pruebas nucleares. Pero la ideología ecologista no ha sido nunca
un movimiento contestatario o disidente, aunque así nos lo quieran
hacer creer, y no hay que más que comprobar lo bien alineadas que están
las grandes instituciones internacionales con las principales –y más
mediáticas– ONGs verdes. El ecologismo nació más o menos en esa época,
pero se trató de una iniciativa de altos poderes científicos y políticos
que empezaban a preocuparse por los problemas de un mundo
poblado por miles de millones de humanos y unos recursos naturales cada
vez más caros y limitados.
Concretamente, en 1975, tuvo lugar en el Research Triangle Park (North Carolina, EE UU) una conferencia científica[5]
–organizada por la reputada antropóloga Margaret Meade, presidenta de
la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia– en la cual se
lanzaron las ideas clave del credo ecologista: por un lado, el
incontrolado crecimiento de la población mundial (pese a la
generalización de métodos anticonceptivos) y por otro, la amenaza de la
desbocada actividad económica humana y su impacto en la atmósfera, que
debería ser sometida a control y legislación por parte de organismos
internacionales. En cierto modo, aquí se puso la primera piedra del
ecologismo como teoría política y se dio el primer impulso a lo que
sería el catastrofismo global encarnado años después por Al Gore y su
propuesta sobre el calentamiento global a causa de las emisiones
industriales de gases de efecto invernadero, principalmente, el dióxido
de carbono, el CO2.
Más adelante, la preocupación
medioambiental fue tomando forma en diversos países con nuevas medidas,
pero sobre todo con la creación de organismos que debían medir el
impacto de la contaminación, a fin de evitar males mayores y empezar a
concienciar a la población de los peligros de un rápido cambio climático
causado precisamente por la actividad económica humana. A partir de
aquí se generaron las primeras conferencias y tratados internacionales
sobre esta materia. Los primeros encuentros internacionales (Copenhague,
Estocolmo, Nairobi…) estuvieron más orientados a la concienciación
global, pero luego –a partir de la conferencia de Río de Janeiro de
1992– los países empezaron a buscar acuerdos y pactos con medidas
concretas para combatir el deterioro del medio ambiente. Así, el famoso
Protocolo de Kyoto (1997) fue el paso decisivo para actuar directamente
contra las emisiones de dióxido de carbono. Estas iniciativas resultaron
muy desiguales en su seguimiento y aplicación, pues parecía que algunos
países –en particular los más industrializados– no estaban por la labor
de tomar y seguir las medidas más drásticas para reducir el crecimiento
industrial incontrolado, supuesto culpable de los mayores males, por
ser causa de la creciente (y letal) emisión de gases de efecto
invernadero.
Es en este contexto ya bien preparado
cuando apareció la figura carismática de Al Gore a inicios de este siglo
XXI, encabezando la cruzada verde global que ha elevado a las entidades
intergubernamentales a la categoría de “los buenos” frente al egoísmo y
dejadez de los países soberanos, que han pasado a ser “los malos”. Al
frente de este esfuerzo está el ya citado IPCC, organismo político
dependiente de la ONU, que desde 1990 ha ido emitiendo informes
oficiales en los que se proclama que el calentamiento global es fruto
únicamente de las emisiones humanas de dióxido de carbono. Lo que ya no
es tan sabido es que muchos científicos de primera fila se han opuesto a
tal conclusión, aunque sus voces fueron acalladas y marginadas, como
luego veremos.
El caso es que desde ese momento el IPCC y
otros organismos internacionales han ido extendiendo su influencia y
han dictado medidas políticas, económicas y sociales que son más o menos
seguidas o acatadas por los gobiernos nacionales y locales, mientras la
población es constantemente aleccionada sobre la gravedad de la
situación y la necesidad imperiosa de aplicar las legislaciones verdes
por el bien de todos. Además, el activo papel de Greenpeace y
otras ONGs verdes en las últimas dos décadas ha ido afianzado las
consignas ecologistas, apelando al buen sentido y a la solidaridad de
las personas –con inteligentes campañas emocionales– para afrontar el
reto climático y convencer a los que aún recelan de las instituciones
oficiales. Entretanto, para complicar más el asunto, no pocos países del
Tercer Mundo se han venido quejando de que la fiebre ecologista está en
realidad patrocinada por los grandes países industrializados, que no
tienen ningún interés en que los países más atrasados puedan
desarrollarse económicamente.
La santa doctrina del cambio climático y el calentamiento global
Desde que se lanzó la teoría del Calentamiento Global Antropogénico (CGA[6]),
este supuesto calentamiento de origen humano ha sido demonizado por ser
el causante del desastre medioambiental y en general por ser la raíz
–directa o indirecta– de cientos de males concretos que han sido
recopilados por el profesor universitario británico John Brignell y que
incluyen asuntos tan variopintos como cambios en la presión del aire,
alergias, ansiedad, incremento (o reducción) de aludes, problemas en la
migración de las aves, cólera, crisis en la biodiversidad terrestre,
erosión, extinciones (de múltiples seres vivos), aumento del precio de
los alimentos, disminución de la pesca, reducción de la fertilidad
humana, acidificación de los océanos, aumento (o reducción) de la
salinidad, invasión de arañas en Escocia, inundaciones en Venecia, etc.
Pero básicamente lo que plantean los
defensores de la teoría del CGA es un escenario apocalíptico derivado de
la creciente acción de los gases de efecto invernadero en la atmósfera
(especialmente el CO2), pues tales gases absorben gran parte
del calor procedente de la superficie terrestre y luego lo irradian de
nuevo a ésta, provocando así el aumento de las temperaturas. Dicho
escenario ha sido obtenido tras la aplicación de sesudos modelos
matemáticos predictivos y según los expertos tendrá lugar sí o sí a lo
largo de este siglo XXI.
En resumen, el IPCC presenta la siguiente situación[7]:
- La concentración de CO2 en la atmósfera ha aumentado de 280 ppm (partículas por millón)[8] a 379 ppm desde la era pre-industrial, y tal crecimiento parece acelerarse.
- Las temperaturas globales han subido últimamente y se prevé un aumento de varios grados (hasta 6º C) hasta final de siglo.
- El nivel de los mares podría ascender unos 0,3 metros durante este siglo.
- El nivel de acidificación de los océanos podría pasar de 0,14 a 0, 35 unidades ph.
- Los huracanes podrían hacerse más frecuentes y más intensos, así como las fuertes precipitaciones.
- Las olas de calor podrían ser más severas.
- Se prevé una reducción de los hielos marinos y de las nevadas.
Otros cálculos manejados por los
defensores del CGA aún son más tenebrosos, pues se habla de mayores
subidas de temperaturas y de un notable ascenso del nivel de los mares
(de hasta 6 metros) para 2100. Asimismo, se insiste en la rápida pérdida
del hielo de los polos y de los glaciares, y en la desaparición o
reducción de muchas especies animales. Pero lo peor es que se pronostica
un éxodo masivo de refugiados climáticos en varias partes del planeta ante la imposibilidad de subsistir en sus regiones debido a los cambios climáticos.
Y a la hora de ofrecer resultados
tangibles, los científicos del CGA, generosamente subvencionados y
promocionados desde hace años, han echado mano de los datos
meteorológicos recogidos sistemáticamente desde hace siglo y medio y de
los datos modernos procedentes de los satélites. Destaca por encima de
todo la famosa gráfica “stick de hockey” de Michael Mann –uno de los
científicos de referencia del CGA– que muestra que en las últimas
décadas las temperaturas han ascendido peligrosamente frente a una
cierta estabilidad previa, coincidiendo con la expansión de las
emisiones de dióxido de carbono por el uso masivo de combustibles
fósiles.
Y ciertamente, bastantes críticos o
escépticos ante el CGA han admitido que desde 1987 se ha producido una
ligera tendencia ascendente de las temperaturas, nada preocupante, y que
no ha sido ni regular ni global, pues mientras se ha apreciado un
ascenso en el hemisferio norte, en cambio en el sur se ha registrado un
descenso. También aceptan que la actividad humana afecta al medio
ambiente y que el clima siempre varía, o sea, que siempre ha existido
cierto “cambio climático” o “variación climática”, algo perfectamente
natural. Y en cuanto al resto del siglo y los datos existentes de los
siglos anteriores, resulta que las cosas no son tal como nos las han
mostrado desde los púlpitos ecologistas. Pero vayamos por partes y
ofrezcamos los argumentos pertinentes, aunque sea de forma muy resumida.
- No estamos en el momento más cálido de la historia del planeta. Exceptuando los periodos de glaciación, estamos en una de las épocas más frías de los últimos 67 millones de años[9]. Además, los estudios paleoclimáticos han desvelado que se han producido notables oscilaciones del clima en los últimos siglos. Así, se sabe que existió un periodo cálido durante la República romana y otro semejante en la Edad Media[10], que fue seguido por una pequeña Edad de Hielo en la que descendieron las temperaturas de forma destacada hasta el siglo XIX, en que las temperaturas volvieron a ascender[11].
- Por otro lado, durante el siglo XX también se produjeron oscilaciones apreciables con décadas bastante cálidas y otras más frías. Y dada cierta tendencia, en los años 70 incluso se llegó a alertar de la llegada de nueva Edad de Hielo. En todo caso, los datos de estos últimos años (inicios de siglo XXI) no corroboran la imparable subida de temperaturas; antes bien, muestran un retroceso a ambientes más fríos, mayores nevadas, etc. Asimismo, las temperaturas registradas en los océanos[12] no apuntan al alza, sino a la estabilización o incluso a la baja, como en el Pacífico. Esta falta de enfriamiento oceánico contradice notablemente las predicciones de los modelos climáticos. Finalmente, se han obviado también los datos de temperaturas de la estratosfera, que indican un enfriamiento desde 1993.
- Las mediciones de temperaturas al alza que esgrimen los apóstoles del CGA están viciadas por varios motivos. En primer lugar, buena parte del planeta no ha tenido en las últimas décadas un seguimiento constante y fiable de las temperaturas. En segundo lugar, muchas estaciones situadas en lugares rurales y fríos fueron suprimidas en los años 90 y muchas otras fueron instaladas en lugares civilizados, en ambientes urbanos o industriales donde sufren el efecto “isla de calor”[13]. En tercer lugar, otras estaciones de medición han visto cambiar su entorno próximo, pasando a incumplir los requisitos y estándares reconocidos, pero no han sido retiradas[14]. En resumen, se ha querido vender un calentamiento global cuando en realidad se trata de un calentamiento local de las zonas mayoritariamente urbanas.
- El CO2 ha sido presentado como un gas tóxico y nocivo cuando en realidad es un gas indispensable para el ciclo de la vida. Sin embargo, es un gas proporcionalmente muy escaso en la atmósfera. De hecho, en la composición de los famosos gases invernadero, destaca con mucho el vapor de agua (95%), mientras que el CO2 sólo representa el 3,62%, y de esta reducida cantidad, sólo el 3,4% es de origen humano; el resto procede de la propia naturaleza (océanos, volcanes y descomposición de vegetación)[15]. Pero además hay que tener en cuenta que en otras épocas los niveles de CO2 en la atmósfera fueron mucho más altos; de hecho, los niveles de hoy en día están cerca del nivel más bajo en los últimos 570 millones de años. Por ejemplo, en la era de los dinosaurios esos niveles eran hasta 12 veces más altos, y la Tierra gozaba de una amplísima biodiversidad vegetal y animal.
- El pilar de la teoría CGA, la comparación directa entre la subida de las temperaturas y el aumento de emisiones humanas de CO2, no se sostiene objetivamente. En realidad, las estadísticas de aumento de emisiones de dióxido de carbono en el siglo XX no concuerdan con el supuesto aumento de temperaturas. Los datos muestran que entre 1940 y 1970 (periodo de marcada industrialización y aumento de las emisiones) la concentración de ppm de CO2 en la atmósfera fue al alza mientras que las temperaturas disminuían apreciablemente. Además, desde 1998 las temperaturas han vuelto a bajar, mientras el CO2 seguía ascendiendo[16]. Por otro lado, si atendemos a los datos paleoclimáticos de los últimos 420.000 años, se observa que los cambios en la temperatura preceden a los cambios en el CO2 en unos 800 años. Por ello, todo el edificio parece estar al revés, según el paleoclimatólogo Ian Clark: los datos científicos apuntan a que no es el CO2 el que causa el calentamiento, sino que es el calentamiento el que causa el CO2.
- Los teóricos del CGA han desestimado sistemáticamente la hipótesis de la actividad solar como fuente de los cambios climáticos globales a lo largo del tiempo. Sin embargo, las investigaciones desde hace más de 30 años de muchos especialistas en el tema apuntan a la actividad del Sol (variaciones en la radiación solar, distancia del Sol y número de manchas solares) como causa más probable de los cambios de clima y temperatura en la Tierra, ya sea en periodos regulares o irregulares. Así, se tiene constancia de un importante incremento de la radiación solar desde 1970, tal como ha quedado registrado por los satélites de la NASA. Concretamente, este aumento ha sido del 0,05% por década. Esta cifra puede parecer pequeña, pero equivale al consumo total de energía humana.
- Para muchos científicos críticos, los modelos matemáticos (informáticos) empleados en la predicción climática catastrofista son un auténtico despropósito. Si ya cuesta mucho hacer una predicción meteorológica fiable a unos pocos días vista, las proyecciones planteadas a décadas –e incluso siglos– se muestran contaminadas por sesgos y datos muy dudosos o especulativos, eso sin tener en cuenta la gran complejidad de todos los factores que afectan al clima, en tanto que el CGA sólo busca relacionar los efectos de los gases invernadero con la subida de temperaturas[17]. Pero la realidad observable se va imponiendo y muchas de las primeras predicciones ya han fracasado, mientras que algunos fenómenos climáticos bien conocidos como el Niño siguen escapando a los modelos de predicción tras décadas de análisis.
Así pues, a día de hoy no existen pruebas
científicas fehacientes que avalen una significativa y alarmante subida
de temperaturas –ni en los continentes ni en los mares ni en la
atmósfera– y tampoco que tal hecho se deba a la emisión humana de
dióxido de carbono. Por tanto, la teoría del CGA no está apoyada por
datos sólidos y debe ser rechazada. Con todo, los calentólogos
no desfallecen y muy hábilmente han ido dejando atrás el tema del
calentamiento para pasar a insistir en el término “cambio climático”, de
tal modo que cualquier suceso meteorológico negativo o anómalo es
achacado ipso facto a dicho cambio. De este modo, no le extrañe que si su vecina se cae en la calle y se rompe un hueso, algún científico iluminado lo atribuya sin duda al cambio climático…
En resumidas cuentas, todo el rimbombante
discurso de Al Gore y su séquito no es “una verdad incómoda” sino una
vulgar mentira y, de hecho, podemos decir que constituye una auténtica
BAZOFIA científica, porque –como veremos a continuación– no se trata
sólo de estar más o menos equivocado, sino de manipular, tergiversar y
ocultar datos a propósito, y de paso tapar las bocas de todos los
opositores. Una actitud, sin duda, muy científica.
Las malas prácticas y la persecución de los herejes
Primeramente, hay que ser muy claro al
afirmar que el CGA no es compartido por toda la comunidad científica, ni
mucho menos. Desde los estamentos políticos y académicos del más alto
nivel se ha querido inculcar a la población que existe un gran consenso
científico internacional sobre el calentamiento global y sus causas.
Pero esto es simple y llanamente falso. Existen miles de científicos en
todo el mundo, reputados expertos en este ámbito y de primera categoría
(incluyendo a algún Premio Nobel), que niegan la teoría del
calentamiento global por considerar que carece de base científica, y que
incluso se podría considerar pseudociencia o puro fraude. He aquí unas
pocas opiniones de cualificados expertos:
“Se han gastado cientos de miles de millones de dólares intentando imponer una teoría del CGA que no está apoyada por pruebas del mundo físico… el CGA ha sido impuesto a la fuerza mediante un bombardeo de historias de miedo y un adoctrinamiento que empieza en los libros de texto escolares.”Geraldo Luís Lino, geólogo“Estoy avergonzado de lo que ha llegado a ser hoy la ciencia del clima. La comunidad científica se está basando en un modelo inadecuado para culpar al CO2 y a los ciudadanos inocentes por el calentamiento global para generar financiación y captar la atención. Si esto es en lo que se ha convertido hoy la ciencia, yo, como científico, estoy avergonzado.”William C. Gilbert, químico“El calentamiento global es la doctrina central de este nuevo sistema de creencias como en gran medida la resurrección es la doctrina central del cristianismo. Al Gore se ha arrogado el papel de San Pablo al hacer proselitismo de la nueva fe… Mi escepticismo sobre el CGA surge del hecho de que, como físico que ha trabajado en áreas íntimamente relacionadas, sé hasta qué punto es pobre esta ciencia. En efecto, el método científico ha sido abandonado en este campo.”Dr. John Reid, físico atmosférico
No
obstante, la posición de los críticos ha sido objeto de durísimas
diatribas por parte de los puritanos de la religión ecologista, que han
llegado a acusarles de estar a sueldo de las compañías petrolíferas y de
ser negacionistas, como los del SIDA o del Holocausto, esto
es, gente peligrosa e indeseable. Entretanto, como ya hemos apuntado, se
conceden subvenciones, becas y todo tipo de recursos a los
investigadores que realizan estudios medioambientales que apoyan la
ortodoxia del CGA, poniendo bastante en entredicho la supuesta
“independencia” de la labor científica. Y es oportuno recordar aquí que
el IPCC no es en realidad una institución científica, sino política, y
está orientada y gestionada tendenciosamente[18].
Así pues, no es de extrañar que mientras
se escribe y se publica una enorme cantidad de literatura científica
pro-CGA, los trabajos de los críticos sean rechazados o censurados, o no
aparezcan en las revistas de referencia. Y por supuesto, es altamente
improbable que su mensaje herético sea difundido a través de
los medios de comunicación. Precisamente, dichos medios están al
servicio del poder y de la ciencia oficial y no dudan en difundir a
todas horas la dura propaganda alarmista de las tesis ecologistas,
remarcando en las noticias y en los reportajes los hechos más inusuales,
dramáticos o dañinos que supuestamente se derivan del cambio climático.
Y para reforzar el mensaje, no es raro ver en los medios y en actos
públicos a personajes populares[19] defendiendo la teoría CGA y llamando a la movilización ciudadana.
En fin, cuando uno se adentra en la
investigación del CGA con un espíritu escéptico y trata de valorar los
argumentos de unos y otros, descubre que lamentablemente en una
trinchera existe un fuerte dogmatismo –propio del fundamentalismo
científico– que está significativamente influido por las corrientes
políticas dominantes. No obstante, cabe señalar que algunos científicos
honestos que en su día formaron parte del IPCC se dieron cuenta de esto y
renunciaron a sus puestos. En cuanto al otro lado, no es que tenga toda
la razón o esté libre de error, pero al menos se aprecia allí un
genuino espíritu de atenerse a las pruebas, buscar a la verdad y
reconocer que hay muchas cosas que aún no sabemos, mientras que por
parte de la ortodoxia del CGA el objetivo último de demostrar los dogmas
de la fe justifica todo tipo de trampas y artimañas, algunas realmente
de baja estofa.
Sólo por exponer algunas de estas
maniobras, cabe destacar el escándalo del llamado “Climagate”, ocurrido
en noviembre de 2009, cuando se filtraron en Internet más de 4.500
correos electrónicos de destacados científicos del IPCC, en los cuales
quedó al descubierto un notable comportamiento anti-científico y casi
mafioso con respecto al estudio del CGA. Entre otras cosas, se ponía de
manifiesto que había acuerdos secretos para manipular los datos
existentes y así presentar el CGA como una realidad indiscutible.
Además, se buscaba desacreditar (y acallar) a cualquier precio a los
críticos del CGA, u ocultar el periodo cálido medieval antes citado[20].
Otro de los casos más flagrantes de tergiversación fue la falsificación
de una estadística sobre unas muestras de hielo para que mostraran una
típica gráfica de stick de hockey, pero para lograr ese
resultado se tuvieron que “corregir” arbitrariamente los datos en un
margen de ¡83 años! Y por citar otra clase de ardides de tipo más
mediático, basta mencionar las continuas campañas emocionales de Greenpeace que
alertan de la fusión del hielo del Ártico y de la desaparición
inminente de los osos blancos. No obstante, en 2006 un informe del
biólogo Mitchell Taylor (del US Fish and Wildlife Service) demostró que de las 13 poblaciones de osos polares identificadas en Canadá, 11 estaban estabilizadas o aumentando[21].
Y finalmente, cabe reseñar que para los
políticos la verdad es lo de menos, pues los planes ya están hechos de
antemano y han de ser aplicados. Véanse como ejemplo estas dos
declaraciones, que no son nada ambiguas, y que demuestran el alto grado
de cinismo e hipocresía que envuelve este asunto. Timothy Wirth,
Subsecretario de Estado de EE UU para Asuntos Globales, se despachó a
gusto diciendo: “Tenemos que considerar el tema del calentamiento
global. Incluso aunque la teoría del calentamiento global esté
equivocada, debemos hacer lo correcto en términos de política económica y
de política ambiental.” Y en la misma línea, Richard Benedick,
Secretario Adjunto de Estado de EE UU, declaró: “Se debe implementar un
tratado sobre el calentamiento global, aunque no haya evidencia
científica que apoye el efecto invernadero.” ¿Hacen falta más
comentarios?
Las intenciones ocultas
Una vez expuesto todo este panorama pseudocientífico y absolutamente politizado (aunque nos lo quieran vender como objetividad científica), cabe preguntarse qué hay detrás de la religión ecologista. ¿Qué propósitos persigue a corto, medio y largo plazo?
En primer término, es evidente que el
alarmismo ecologista ha calado en la sociedad, y ha permitido la
creación de una agenda global patrocinada por las Naciones Unidas, cuya
finalidad más inmediata ha sido la implementación de ciertas medidas de
carácter social, político y económico. De esta manera, se ha producido
una creciente expansión de organismos y tecnoburocracias estatales
y supraestatales para control de toda la sociedad mundial a través de
múltiples jurisdicciones y mecanismos regulatorios. Además, se han
lanzado diversas propuestas técnicas para reducir el calentamiento
mediante la aplicación de la llamada geoingeniería[22], que para muchos críticos es totalmente inoperante o incluso nociva para el hombre y el medio ambiente.
En el plano económico, se ha invertido
muchísimo dinero en la investigación del calentamiento y el cambio
climático y se ha culpabilizado a la vieja economía basada en las
emisiones de CO2 de poner en peligro el futuro de la
Humanidad. Así pues, a partir del Protocolo de Kyoto, se empezaron a
dictar medidas de control de las emisiones y a tasar severamente a la
industria contaminante. Todo ello ha conducido a un mercadeo global de
dichas tasas, sin que realmente importe en el fondo la reducción
drástica de las emisiones. Incluso un ex funcionario climático del IPCC,
Otmar Edenhoffer, reconoció que la política climática internacional no
tenía nada que ver con el medio ambiente, y añadió que “nosotros [los
globalistas] redistribuimos de facto la riqueza del mundo por medio de
la política climática.”
En el plano estrictamente político, ya se
va vislumbrando una tendencia a facilitar el paso a un poder global
centralizado, llamado comúnmente “Nuevo Orden Mundial”. Todo esto nos
podría parecer puro conspiracionismo, pero algunas personalidades
destacadas ya lo van reconociendo de forma más o menos explícita. Por
ejemplo, Maurice Newman, asesor económico del Primer Ministro
australiano Tony Abbott, declaró recientemente que “la agenda real se
concentra en la implementación de una autoridad política concentrada. El
calentamiento global solo es el gancho”. Y hasta el Papa Francisco se
ha mostrado partidario de tal poder mundial, haciéndose eco de las
recomendaciones de la ONU ante la urgencia de la situación.
Y finalmente llegamos al sagrado concepto de sostenibilidad,
que está asociado de forma indisoluble a las tesis oficiales del CGA.
Así, desde las altas esferas se ha lanzado con éxito este mantra de lo sostenible,
sin que sepamos muy bien qué es, quién lo determina y en función de qué
criterios. Simplemente, se condena el modelo de desarrollo y
crecimiento nacido de la revolución industrial –creado por ellos– por no
tener viabilidad, lo que obligará a cambiar nuestras formas de vida, lo
queramos o no. Y como es fácil de percibir, la sostenibilidad está
basada en la represión y el miedo, ya que constituye una espada de
Damocles que nos amenaza con caer en cualquier momento.
El argumento principal de este mantra es
que el planeta ha sido “saqueado” y ya no aguanta la desaforada
actividad económica humana, pues sus recursos están al borde del
agotamiento. Por consiguiente, todo lo que se haga o se produzca de
ahora en adelante debe ser sostenible. La verdad es que si este asunto no fuera tan serio, parecería cómico. Los mismos que todavía nos venden un mundo de usar y tirar[23],
despreciando la durabilidad, la reparación y el reciclaje (lo que el
hombre hizo durante milenios hasta hace un siglo), nos quieren hacer
creer que los culpables somos nosotros por ser demasiados, por consumir
mucho, por no tener respeto por el medio ambiente, etc.
Y de aquí se deriva el último paso hacia
lo que sería el objetivo final de la religión ecologista: la eugenesia,
entendida como el control y “optimización” de la población humana sobre
el planeta. Recordemos que fue en 1975 cuando en aquella convención
científica patrocinada por Margaret Meade (que declaró literalmente que
“en vez de tener muchos niños lo que necesitamos es tener niños de alta
calidad”) se dio el pistoletazo de salida a la crisis medioambiental
ligada a la crisis demográfica. Esta semilla eugenésica dio sus frutos
unos años después, cuando se pudo montar un discurso –estructurado en
torno al cambio climático– que ponía en clara contradicción a la
naturaleza con la presencia humana sobre la Tierra. Veamos al respecto
la siguiente declaración de uno de los fundadores del Club de Roma,
Aurelio Peccei, extraída de una publicación de esta entidad[24], sobre el tema medioambiental:
“Al buscar un nuevo enemigo que nos una, llegamos a la idea de que la contaminación, la amenaza del calentamiento global, la escasez de agua, el hambre, y similares encajarían en este marco. […] Todos ellos están causados por la intervención humana. […] El enemigo real, pues, es la propia Humanidad.”
¿Se pueden decir las cosas más
claramente? La religión ecologista formula abiertamente un falso
enfrentamiento entre la Naturaleza y la Humanidad, dejando claro que la
creciente demografía humana sobre la Tierra –con todos los efectos que
ello conlleva– es insostenible. Gaia ha sido atacada y vejada y ahora el propio hombre debe pagar las consecuencias.
Para muestra de esta filosofía, podemos citar un poco conocido monumento ecologista llamado las Piedras Guías de Georgia, un
conjunto de monolitos situado en el Condado de Elbert, Georgia (Estados
Unidos). Este monumento fue encargado y financiado en 1979 por una
persona que usó el seudónimo R. C. Christian, sin que sepamos nada más
de él. En sus seis losas se puede leer una misma inscripción escrita en
cuatro lenguas antiguas y en ocho modernas (entre ellas el castellano).
El texto ecologista, compuesto al estilo de unos mandamientos divinos,
no tiene desperdicio, y sólo como ejemplo extraigo las siguientes
frases:
- “Mantener a la Humanidad bajo 500.000.000 [de personas] en perpetuo equilibrio con la naturaleza.”
- “Unir a la humanidad con una nueva lengua viva.”
- “Equilibrar los derechos personales con los deberes sociales.”
- “Valorar la verdad, la belleza, el amor, buscando la armonía con el infinito.”
- “No ser un cáncer sobre la Tierra. Dejar espacio para la naturaleza.”
Como se puede comprobar, este mensaje
resulta ser la perfecta conjunción del ideario político del Nuevo Orden
Mundial, de las corrientes New Age más en boga y del argumentario del agente Smith de Matrix
(“Ustedes los humanos son una plaga que allá donde van lo destruyen
todo.”). Pero que nadie se engañe con tan bellas palabras. Actualmente
somos unos 7.000 millones de humanos sobre el planeta, por lo que la
“reducción ideal” a 500 millones supone la eliminación de 6.500 millones
de personas, de una u otra manera. En fin, el mayor genocida de la
Humanidad, que posiblemente fue el líder soviético Iosif Stalin, al lado
de esta gente parecería un buen muchacho.
Ahora podríamos pensar que este monumento
no tiene importancia y que fue obra de un lunático, pero si hacemos
caso de las siguientes afirmaciones de destacados personajes, veremos
que la agenda eugenésico-ecologista de corte elitista va muy en serio:
“La sociedad sería mucho mejor si las personas no trataran de vivir más allá de los 75 años. La sociedad y las familias estarían mejor si la naturaleza sigue su curso con rapidez y prontitud. Es ineficiente desperdiciar recursos médicos en aquellos que no pueden tener una alta calidad de vida.”Ezekiel Emanuel, ex asesor de Salud del presidente Obama y uno de los arquitectos del proyecto de salud pública Obamacare“Somos una plaga sobre la Tierra. Es algo que veremos claramente en los próximos 50 años. No es sólo el cambio climático; es una cuestión de espacio, de encontrar lugares para cultivar alimentos para esta enorme horda. O limitamos nuestro crecimiento de población o la naturaleza lo hará por nosotros.”Sir David Attenborough, presentador de TV del Reino Unido“A nuestro entender, la solución fundamental es la reducción de la escala de las actividades humanas, incluyendo el tamaño de la población, manteniendo su capacidad de consumo de recursos dentro de la capacidad de carga que tiene la Tierra.”Paul Ehrlich, ex asesor científico del presidente George W. Bush y autor de The Population Bomb“El impacto negativo del crecimiento de la población en todos nuestros ecosistemas planetarios se está convirtiendo en algo terriblemente evidente.”David Rockefeller, banquero
“Acabar con el crecimiento de la población humana es una condición necesaria (pero no suficiente) para la prevención del cambio climático global catastrófico. De hecho, no basta con reducir el crecimiento, sino que es necesario reducir significativamente la población actual para conseguirlo.”Philip Cafaro, profesor de la Colorado State University“Tenemos que continuar disminuyendo la tasa de crecimiento de la población mundial; el planeta no puede soportar mucha más gente.”Nina Fedoroff, asesora de Hillary Clinton“Tenemos que hablar con más claridad acerca de la sexualidad, de la anticoncepción, del aborto, asuntos de control de la población, debido a la crisis ecológica que experimentamos. Si conseguimos reducir la población en un 90%, ya no habrá suficientes personas para provocar grandes daños ecológicos.” [Espeluznante…]Mijail Gorbachov, ex dirigente de la Unión Soviética
“Con el fin de estabilizar la población mundial, deberíamos eliminar 350.000 personas cada día. Es algo horrible decirlo así, pero es igual de malo no decirlo.”Jacques-Yves Cousteau, oceanógrafo
“En un planeta finito, la población óptima que proporciona la mejor calidad de vida para todos, es claramente mucho menor que el número máximo que permite la mera supervivencia. Cuantos más seamos, menos habrá para cada uno; menos personas significan una vida mejor.”Roger Martin, activista ambiental“Si pudiera reencarnarme, me gustaría volver como un virus mortal, con el fin de contribuir a resolver la superpoblación.”Príncipe Felipe de Edimburgo, esposo de la Reina Isabel II y cofundador del WWF (Fondo Mundial para la Naturaleza)
Creo que no es necesario cargar más las tintas… esto sí que es una verdad incómoda.
Conclusiones
En todo este triste asunto, los
globalistas han explotado hábilmente un sano sentimiento de amor por la
naturaleza y un deseo de preservar el medio ambiente –lo que sería la ecología,
que significa literalmente “el estudio de la casa”– para vender una
paranoia apocalíptica de fin del mundo a partir de un falso villano
llamado CO2. Sin embargo, mientras se ha agitado la bandera
contra un gas inocente, los poderosos no han dicho ni media palabra
sobre la creciente contaminación electromagnética, los residuos tóxicos,
la contaminación química, el fumigado global a cargo de los chemtrails[25], la agresión de los productos farmacéuticos, los pesticidas, los alimentos manipulados genéticamente y un largo etcétera.
Desde luego, mucha gente en todo el mundo ya ve que este modelo de vida, que llamamos civilización,
es una auténtica locura en muchos aspectos y que la actividad humana ha
producido impactos bien perceptibles en el medio ambiente. Pero no
podemos idealizar la naturaleza ni pensar que otro tiempo pasado fue
mejor. Somos víctimas del tremendo apego al mundo físico, pero ya es
hora de liberarnos de tal prisión. Quizá no esté lejano el día en que
acabemos viendo que la solución no pasa por cambios políticos o
económicos, sino por una evolución de la conciencia.
En suma, visto lo visto, considero que la
cruzada ecologista realmente esconde un cambio radical en el modelo
político, económico y social que traería como consecuencia directa el
estado global totalitario orwelliano en beneficio de todos y de la Madre Tierra, y
con una política eugenésica plenamente justificada. Ellos mismos ya lo
están reconociendo y mientras los de abajo crean y obedezcan no hay
ningún problema. Lamentablemente, la gente sigue creyendo en las
consignas oficiales del sistema porque no puede concebir que los que
mandan sean personas ruines, canallas y miserables. Pero lo son, y en el
grado máximo.
Así pues, los que hemos visto la maniobra
tenemos el derecho y el deber de decir las cosas por su nombre. Nos han
dado gato por liebre, han jugado de forma torticera con la ciencia y
con las mentes y los corazones de las personas. Han instaurado
impunemente entre nosotros la culpa, el miedo y la amenaza, y ya
deberíamos saber a estas alturas que nada bueno se puede derivar de
esto.
Acabo citando unas lúcidas palabras del
científico Michael Crichton que definen perfectamente la nueva religión
ecologista y su verdadera naturaleza:
“El Edén, la caída del hombre, la pérdida de la gracia, la llegada del fin del mundo… son estructuras míticas profundamente arraigadas, se trata de cuestiones de fe… Y también lo es, por desgracia, el ecologismo. Cada vez más, parece que los hechos ya no son necesarios, puesto que todos los principios del ecologismo se basan en creencias. Se trata de si uno se convertirá en pecador o si se va a salvar. Se trata de que usted se posicione del lado de la salvación o del lado de la fatalidad. Que sea usted uno de nosotros o uno de ellos.” (Crichton, 2003)
© Xavier Bartlett 2017
Nota 1: Este artículo
contiene gran cantidad de información –del todo necesaria para dar apoyo
a los argumentos– que he recopilado de artículos, libros u otros
documentos de múltiples autores, tanto oficialistas como críticos. No
obstante, a fin de no sobrecargar al lector con continuas notas sobre
las fuentes empleadas, he preferido obviarlas en la versión final. No
obstante, quiero dejar claro que toda esta información se puede rastrear
y contrastar en Internet sin dificultad, y que procede de fuentes
fiables y reconocidas, se esté o no de acuerdo con su contenido. Así, he
utilizado documentos de instituciones como IPCC, NASA, GISS o NOAA (de
carácter oficial) así como materiales y referencias de reputados
investigadores escépticos como Jaworowski, Carter, Lindzen, Correa,
Jorgensen, Kauffman, Baliunas, Petit, Loehle o Crichton.
Nota 2: Si nada de lo
expuesto aquí le resulta convincente al lector, o cree que es una pura
manipulación, por lo menos tómese la molestia de investigar y contrastar
los hechos, los datos, los argumentos, las fuentes, las opiniones
científicas distintas a las del paradigma actual. Para vender dogmas ya
están los de siempre; la libertad empieza con el libre conocimiento.
[1] Intergovernmental Panel on Climate Change, fundado en 1988 por Naciones Unidas.
[2]
De hecho, la llamada “hipóteis Gaia” enunciada por el científico James
Lovelock ya tenía la intención de juntar el viejo ideal pagano con el
alarmismo climático de raíz científica.
[3]
Sin ir más lejos, en una conferencia sobre el cambio climático
celebrada en Nairobi, con unos 6.000 delegados asistentes, una de las
ponencias a discusión era “calentamiento global y sexismo”.
[4]
Las medidas más drásticas, empero, van más allá; por ejemplo, al ir
restringiendo progresivamente el tráfico de vehículos de motor de
combustión en las grandes ciudades.
[5]
En principio dicha conferencia estaba centrada en aspectos concretos
como los peligros que acechaban la atmósfera y el medio ambiente con
relación a la actividad económica y al aumento de la población. Los
principales ponentes eran seguidores a Paul Ehrlich, un conocido
malthusianista.
[6] Más conocido internacionalmente por sus siglas en inglés, AGW (Anthropogenic Global Warming)
[7] A partir de los últimos informes del IPCC, especialmente el de 2007.
[8] Esta cifra se repite como un axioma intocable, pero los análisis químicos sobre la concentración del CO2
en la atmósfera entre inicios del siglo XIX y mediados del siglo XX
demuestran que hubo periodos con una alta concentración de CO2, superior incluso a la actual.
[9] Los datos sobre clima y temperaturas de épocas pasadas proceden de unos indicadores de aproximación (proxies)
obtenidos a partir de perforaciones en el hielo, análisis de suelos,
polen, turba, etc., fluctuación de los niveles del mar, depósitos
glaciales y aluviales, fósiles, registros agrícolas, etc.
[10] Este periodo cálido está reconocido por 109 estudios científicos.
[11]
Algunos científicos consideran que este periodo actual de temperaturas
ligeramente más altas es simplemente la recuperación natural de la
Tierra tras esa pequeña Edad de Hielo.
[12] Obtenidas gracias al programa Argo, con unas 3.000 boyas repartidas en todos los mares.
[13]
El término “isla de calor” se refiere a las zonas urbanas que son más
calurosas que su entorno rural. La temperatura media anual de una ciudad
con un millón de habitantes o más puede ser 1- 3° C más alta que en sus
alrededores. Por la noche, la diferencia puede subir hasta los 12° C,
porque el calor tarda mucho más en disiparse.
[14]
El investigador Anthony Watts comprobó que un 89% de las estaciones
estudiadas en los EE UU estaban mal emplazadas (demasiado próximas a
fuentes de calor artificiales) y podían causar un sesgo de entre 1º C y
5º C.
[15]
Ello representa que las emisiones humanas de dióxido de carbono se
reducen a un ínfimo 0,15% de los gases invernadero en la atmósfera.
[16]
En uno de los últimos informes del IPCC se justificaba este hecho como
una “pausa” en el proceso del CGA, lo cual desató las burlas y críticas
de los contrarios a las tesis oficiales. Y a la vista de las continuas
falacias del IPCC, algunos científicos llegaron a pedir incluso el
procesamiento y encarcelamiento de los “estafadores climáticos”.
[17]
Para muchos críticos, el problema principal radica en que se ha querido
equiparar los procedimientos estadísticos con la ciencia empírica y su
rigurosa metodología.
[18]
El presidente de Chequia, Vaclav Klaus, dijo al respecto: “El IPCC es
un cuerpo político, una especie de organización no gubernamental de
color verde. No es ni un foro de científicos neutrales ni un grupo
equilibrado de científicos. Esas personas son científicos politizados,
que llegan ahí con una opinión parcial y una asignación parcial.”
[19] Por ejemplo, en EE UU se recurrió a estrellas como Robert Redford, Meryl Streep o Barbra Streisand.
[20] Existe un libro imprescindible (en inglés) de un físico australiano que explica en detalle todo este affaire: COSTELLA, J. The Climagate Emails. The Lavoisier Group, 2010.
[21] Otro informe previo de 2001 a cargo de World Wildlife Fund ofrecía conclusiones semejantes, pero apenas se le dio publicidad.
[22]
Entre sus medidas destacan la alcalinización de los mares, el
enfriamiento artificial de los océanos, y la gestión de la radiación
solar.
[23]
Mediante técnicas de obsolescencia programada o percibida, o en
general, con la implantación de un modelo de producción y consumismo
exacerbados.
[24] The First Global Revolution, 1991.
[25] En el colmo del cinismo, los máximos poderes mundiales han llegado a admitir que existen los chemtrails, pero que son utilizados para combatir el calentamiento global. Sin comentarios.